domingo, 29 de septiembre de 2013

GRUPO DE POESÍA DE LOS SÁBADOS. 14-09-2013





GRUPO DE POESÍA DE LOS SÁBADOS A LAS 18:00 h
-revista virtual-
COORDINADOR :
MIGUEL OSCAR MENASSA (Candidato al Premio Nobel de Literatura 2010)
NÚMERO 123, 14-09-2013
Semana a semana iremos mostrando en este blog el producto del trabajo realizado en el Taller virtual de poesía los sábados a las 18:00 h de la Escuela de Poesía Grupo Cero, coordinado por el poeta Miguel Oscar Menassa

Dibujos: Miguel Oscar Menassa
A 300 KMS POR HORA


De viaje en tren, 10 % de batería en el móvil, sin internet, pensé que era un buen momento para escribir, tal vez el cuento erótico que tenemos de tarea para el taller de poesía erótica, o tal vez otra cosa. Para este me hubiera gustado empezar a hablar en castellano antiguo, tanta formalidad parece ideal para dar cabida a las bajas pasiones. No hemos avanzado tanto, ni el móvil, ni internet, ni la carrera espacial nos hacen psíquicamente más avanzados, es curioso que nuestras emociones sigan al comando de nuestras vidas cuando ya nos dijeron que nos engañan, es inquietante que lo mejor que se puede hacer es aprender a vivir con lo que los estados, las terapias milagrosas y nuestra propia ilusión nos promete, vivir sin odio, sin envidia, sin celos, nirvana nos espera desde ayer en algún sitio señores, fidelidad, risas constantes, matutinos polvos celestiales, asépticos, para no contagiarse de las enfermedades sintéticas producidas para acabar con el hambre en el mundo, eliminar a los indeseables hambrientos. Podríamos hacer el amor indefinidamente, sonreírnos constantemente hasta hartarnos de tedio, ir al baño como un reloj y rascarnos nuestras partes no porque nos piquen sino para demostrarle al otro que tenemos huevos.
Sinceramente me avergüenza hablar así, la omnipotente familia se me presenta con su aspecto espectral de localización tópica a juzgarme sin ninguna consideración hacia mi creciente valentía. Hoy preferiría morir en estas manos que de felicidad y placer, pero lo que yo prefiera le es indiferente al tirano.  Estoy dispuesta a aceptar su castigo siempre y cuando sean unos cuantos azotes en el trasero, como bien diría mi abuela, que con 90 años se enamoró por primera vez de un hombre que precisamente hacia lo que ella había deseado hacer toda su vida, ser escritora. Su niñez no pudo construirse de otra manera, pobre, abandonada por la muerte prematura de la madre, castigada por la familia política, castigada por un marido excesivamente severo, algo maltratador y egocéntrico.  No fue suficiente su muerte, ella ya se lo había comido.  Castigada por el mundo que la imaginó pobre y senil como la aplicación de la justicia sobre su cabeza blanca de tantos inviernos entregada al frío, por el despropósito de unos sueños juveniles mientras la enfermera la levantaba de la silla de ruedas apretándole más que con firmeza, con rabia contenida sus lindas manos desperdiciadas de poeta.   Toda una tragedia griega. Los días fueron crueles, parecía increíble que a sus años la miraran con deseo, pero eso era lo único que despertaba día a día sus ganas de vivir.
Vamos rápido, a 300 kilómetros por hora es difícil no recordar los siniestros errores humanos.  Es imposible representar la propia muerte, siempre llegas a imaginar justo antes de morir, como un orgasmo, imposible de soñar sin experimentarlo, sin entregárselo como una flor a alguien, tal vez también se muere para alguien y tal vez también se escribe para alguien. Y no es que vea necesario experimentar, vivimos en una época en que todo parece que ha de ser probado para conocerlo, un delirio promovido por el marketing del consumo. Luego la idea es reunirnos a ver quién experimentó más y mejor, y otra vez no la andamos midiendo para decirle a todos que además de huevos tenemos pene, tan sólo por tener algo que de sentido a nuestros pequeños pasos de peregrinos sobre la inmensidad de una creación anónima. Nunca sabremos y eso es insoportable.
Me gustaría no perder las ganas, coger las cosas poco a poco, despacito, como abriendo suavemente y con ternura los orificios del amor para luego reventarla. Tendrá razón el papa Francisco, nos pasamos de civilizados, somos capaces de perdernos un encuentro con las personas que queremos por estar lavándonos copiosamente durante una hora las manos, el sexo, la cara y bajar cuando nuestro amor ya partió. Es fácil evitar el goce, cualquier excusa nos auxilia, qué neurosis. Y si no nos somete nuestra neurosis nos someten los gobiernos, con su modelo pasado de civilización donde todo está prohibido, sobre todo la creación y no digamos el amor, si llamamos amor a algo más y además diferente de la fórmula amo - esclavo. "Soy tuya, pégame", "denme un diagnóstico...qué alivio por fin soy algo".  Pequeñas hormiguitas de papel, somos débiles, andamos anidando de cuerpo en cuerpo, intentando seguir mamando la leche perdida, y mordemos vengativos cada teta del amor.
No voy a disculparme sino entienden, porque yo tampoco entiendo y sin embargo sigo adelante. Cuantas veces quise y quiero acallar la voz del fantasma sobre mi cuerpo, cuantas veces sollozar en el vientre de mi madre, huída fatal a los casi 40 años.  Y no crean que me di cuenta yo solita, si alguien no me lo hubiera dicho seguiría enfrente del tablón de anuncios de la Universidad (en mayúsculas porque fue como una madre, no tanto por su protección sino por su sometimiento, que bien puede ser consecuencia uno de otro) memorizando el apellido de un amado y su teléfono, que indiscretamente publicaron sin contar con el delirio de una enamorada histérica que busca su príncipe azul:
Él la la mira atraído por su mirada, le quiere besar los pechos, apretar su trasero con pasión, y ella desnuda en medio de la tenue penumbra dorada interrumpe el idilio para preguntarse qué hace allí, abofetea al impetuoso y confundido caballero, y se va corriendo para masturbarse a solas, boca arriba en su cama, sintiéndose inútilmente libre. No recuerdo haber hecho eso, supongo que no había conocido aún el goce, y si por mi fuera aún no lo conocería.  Definitivamente podríamos ser mejores sino fuera por nosotros mismos.  Aún podría seguir mirándome en el espejo creyendo que el reflejo era yo "ese es mi ser", y cuando mi primer psicoanalista me dijo "es usted muy egoísta" que seguro así no me lo dijo y que aún me ha costado tres correcciones de ortografía para escribirlo, yo seguiría pensando que estoy llena de virtudes y que aún después de 12 años de análisis pensaría que a veces las cosas que conseguí las logré yo sola, qué "ingenuidad".
Hoy soy parte de un gran equipo y en ocasiones son insoportables estas cadenas.  Como a algo teníamos que estar encadenados, me encadené a su deseo grupal que es lo que me mantiene viva, hoy no elegiré la libertad, acudiré al encuentro:
Siempre era una sorpresa, había cosas que sólo me pasaban con él a pesar de mi impotencia, siempre pensaba que podía menos, y sin embargo no sin miedo, pero dos o tres orgasmos casi seguidos hacían temblar mis  huesos con sus frases insospechadas.  Era un incordio tanto goce, ella encima con la tersura de su piel sobre mi estómago, ella detrás arrasando con su lengua toda duda respecto a nuestro amor y él en éxtasis por nuestro goce, una crueldad. A veces le gustaba agarrarla de pies y manos, someterla como en sus más sádicas fantasías de violación y penetrarla por detrás como un loco maldito de placer, derramándose sobre sus hombros, dándole a probar su dedo inquisidor, instigador de aperturas inciertas, de sueños sobre los frescos colores del verano.
Disculpen, mi vocabulario es aún pobre, he estado al menos un minuto pensando un sinónimo o una metáfora hermosa, no con muchos éxitos.  Unos cuantos latigazos en el culo y arreglado.  Las gaviotas tampoco son libres, ellas también vuelven cada noche a dormir en el mismo lugar.
Era poesía, la única y mejor forma en que sabíamos estar en el mundo, no podía imaginarlo sino con Ella. El tenía la tarea más difícil, mantener su posición. Pero yo aún adolecía de raras ideas sobre la cotidianidad y el tiempo libre, aún vendía mi cuerpo, que según el Maestro es tiempo, por dinero, cuando era mi trabajo el que había que poner en circulación. La envidia era fuerte frente a algo inalcanzable, porque mientras mi energía se consumía no podía más que imaginarlo pintando, escribiendo, siempre en compañía, desde su soledad de genio. Inmiscuida en estos menesteres era fácil que cualquier paciente te sacara de la posición, rápidamente te dejabas confundir por una mujer y ahí terminaba la confianza, más cuando fue la primera traición sufrida por el niño, aunque necesaria. También era para negar el trabajo del Maestro, siempre fue más fácil morir.  Bueno, también es más fácil matar, imponer el poder que ya no es poder sino fuerza, o sino pregúnteles a las grandes potencias impotentes incapaces de llevar al pueblo una fructífera ideología política y económica. Tendrían que comenzar con sus propias vidas.
Yo por mi parte siempre esperaba que él me odiara, pero nunca conseguía más que me tratara tal cual yo me merecía, que me hiciera sentir la diferencia, y eso era de agradecer para alguien que daba más a sus enemigos que a sus amigos. Pero yo iba aprendiendo, el mar siempre era un buen aliado, con idas y vueltas no podía más que despertar nuestros deseos y caíamos en la trampa y en vez de follar alegremente y con pasión por la excitación de tantos cuerpos desnudos agitando su sexo al sol de arena bajo las rocas, discutíamos como descargando el frenesí en gritos entrecortados mientras ella le miraba los pechos a ellas y él los penes a ellos.  Cuando somos animales, somos de costumbres. La sexualidad está sobredeterminada por la cantidad de palabras que utilicemos y sus combinaciones, ya no iba más quererse follar a todo el mundo, más cuando el padre, la madre y los hermanos son prohibidos. Algo de la Ley teníamos que dejar de negar para no andar psicóticos, para hacer el amor aceptando la convivencia de la belleza y la crueldad, haciendo las cosas de otra manera.

Susana Lorente


PASAN TANTAS COSAS

¡Pasan tantas cosas cada día
que cubren la verdad
con sus mentiras...!

Y las voces se pierden
en una confusión de rostros
y de tiempos,
y ya no sé quién soy
ni por qué lucho.

Tu voz llega como un susurro
mientras camino
y las calles
se pueblan de alegría.

El movimiento es un vaivén
con ritmo y con sonido.
Me dejo llevar
y escribo.

Prenden mis manos
junto a otras manos
gira mi cuerpo
junto a otros cuerpos,
y el horror de la carne
es hoy palabra escrita
y la muerte
forma parte de la vida.

Cruz González Cardeñosa.



UN RELATO CASI POÉTICO:
            REDES DEL AMOR
Era una dulce mujer de mirada casi triste.
El, un hombre regio, aun entero, enamorado.
Cuando le nombraron jefe de investigación en la isla de Lis lo único que le importó fue que ella pudiese  ir con él.
Ya llevaban 20 años juntos. Un amor profundo y maduro hecho a los avatares de la vida.
Sin embargo ella se asustó. La isla le parecía lejos de todo. No podría trabajar durante un tiempo pero no se hizo rogar. Nunca se hubiera perdonado dar el menor disgusto al hombre que siempre la había tratado como soberana absoluta de su corazón.
Cuando llegaron a la isla él le compró un ordenador  y le instaló un programa para relacionarse con el resto del mundo.
Pronto ella se acostumbró a su nueva vida. Dos horas al día le sobraban  para tener una casa acogedora. Después se entretenía con sus pensamientos, con mil historias nunca acabadas, como un novelista que siempre crea  nuevos personajes, nuevas aventuras interminables. El no aparecía poco por casa durante el día. Su trabajo de investigación requería mucha atención y le suponía grandes responsabilidades. Es un hecho que asumieron los dos cuando decidieron juntos, que aceptase el cargo.
La casita tenía un jardín lleno de olores, de sol y sombras, prolongado por una huerta que le gustó a ella  desde el primer día. Ahí podía pasar varias horas al día leyendo con delectación los grandes obras universales que nunca había tenido tiempo de leer.
Su vida actual transcurría bastante tranquila como una   especie de vacaciones prolongadas… fue en esta misma época que empezó a intercambiar mensajes  con “el hombre”…
Después de comer sola ella se acostumbró a pasear por las redes sociales. Poco a poco empezó a hacer amigos por Facebook. Uno de esos nuevos amigos que había solicitado él mismo su amistad llamó rápidamente su atención. Le gustó al principio su tono sosegado algo formal, culto. El tenía un nombre muy normal, ninguna fotografía sino un cuadro que desde pequeña siempre le había gustado a ella. Esta coincidencia despertó al principio su simpatía. Era un hombre muy leído y en lo que le escribía  ella siempre encontraba una frase interesante para la vida. Al principio ella ponía como único comentario un escueto “me gusta” como suelen hacer en las redes sociales pero un día una de sus frases la tocaron especialmente y le contestó a través del mensaje, más personal, aunque sin mucha esperanzas que él le contestase. El le contestó amablemente agradeciéndole  su comentario. Empezó entonces una correspondencia más asidua.
La sorprendía a sí misma la emoción que la embargaba  a la hora de ver si había contestado a su último mensaje. La sensación le recordaba sus primeras y tímidas cartas de amor cuando sentía su corazón palpitar literalmente al abrir la última carta  y se ruborizó un poco al darse cuenta.  Rechazó la ocurrencia. “No tiene nada que ver” se dijo, algo molesta. “Estoy descubriendo, a mi edad, los goces de la conversación… ¡Nada más!” . Además, las cosas estaban claras casi desde el principio. El le había hecho entender que vivía muy lejos y que tenía algún hándicap físico que impedía de antemano cualquier encuentro que no fuese virtual. Además un día había subrayado que estaba felizmente casado.
Eso le puso en seguida entre ellos algún límite que le impedía de cuajo cualquier deriva pero aumentaba a la vez su deseo por ese hombre enigmático, sensible, tan culto, tan cercano y lejano a la vez. Notaba que algo de él siempre se le escapaba y eso la tenía en vilo.
Esta sostenida  relación escrita empezó a cambiar paulatinamente  sus relaciones con su marido. El cambio se operó poco a poco sin que ella misma  se percatase. El, por su lado, seguía trabajando mucho, más que nunca, y a la hora donde volvía por fin a casa, la encontraba más contenta. Además, como se sentía algo culpable por esa nueva relación (que bien podía parecerse al amor) para compensar lo trataba mejor. Cabe decir que en esos últimos años, ellos habían pasado como suele pasar hasta en las mejores familias de un ardiente amor juvenil a un tierno compañerismo. Ella se había acostumbrado a dejarse querer con devoción por ese marido amable pero poco afloraba ya el deseo sino en especiales y escasas ocasiones.
Durante el día seguía leyendo mucho para estar al nivel de su interlocutor así que cuando su marido llegaba después de su larga jornada de trabajo empezó a proponerle pasear a orillas del mar. Caminaban lentamente en el tibio atardecer, a menudo en silencio y ella se ensoñaba pensando que podría ser el otro, él de letras que nunca podría ver. Así que le entregaba su pequeña mano y él la apretaba con firmeza y parecían dos jóvenes enamorados que se bastaban el uno al otro.
Un día, al final  de uno de esos largos paseos en la playa, el la estrechó de repente  en sus brazos y rozó sus labios. Esta misma noche, ella, por la primera vez desde hacía mucho tiempo, se entregó a sus besos.
Fue para ella un maremoto. No podía creer que a su edad y después de tantos años pasados juntos y separados se hubiera vuelto a enamorar perdidamente y…de dos hombres a la vez. Al principio se torturaba y cuando él la estrechaba en sus brazos se sentía culpable de querer estar en los brazos del otro pero sin darse cuenta llegó a sentir totalmente que él era el otro y gozó plenamente  de esa nueva llamarada del amor.”¿Por qué torturarme -pensaba- si disfrutó tanto? “Y se dejaba llevar por la gigantesca ola donde  todo era algarabía y fuego. Él hablaba poco pero no se cansaba de mirarla, rejuvenecida, coqueta como nunca la había visto.
Varias veces ella pensó que tenía que decirle algo pero pronto abandonaba la idea por miedo a perder ese regalo inesperado de la vida.
Mientras tanto, su relación virtual se iba estrechando: ella, persuadida que nunca vería ese hombre desconocido, se atrevió cada vez más, en su relación epistolar: “Eres  mi mejor amigo… No puedo tener secretos para ti. Desde que nos escribimos todo cambió en mi vida. Esas frases que me dices han cambiado el rumbo de mis días. Al no poder entregarme a tus brazos por todas las barreras que nos separan me entregué de nuevo a él, sueño que me dice esas frases que me escribes tú, que  eres tú que te hundes desesperadamente en mí como si fuese tu tierra prometida, tu más allá…”
Pero inesperadamente cuando estaban en la cumbre de su nueva pasión su marido-amante empezó a llegar a casa con el ceño fruncido, la empezó a mirar con recelo, y no buscó más su cuerpo por la noche. Ella temó lo peor: se había enterado de todo. Desesperada, pensó entonces confesar su amor secreto, rescatar por lo menos el amor cercano, pero no podía decidirse a perder él que la hacía soñar, que alegraba su sangre con sus palabras.
Le escribió de nuevo: “Mi marido está muy raro… Creo que se ha enterado de todo. ¡Ya no sé qué hacer!  Se encierra en un silencio amenazador. Temo lo peor. Quizás tendríamos que dejar de escribirnos aunque me parta el corazón, ¡Ojala fuese como tú!”
Y él contestaba: “Por favor…¡No dejes de escribirme! Eso sería lo último! Quizás sea imaginación tuya  y esté preocupado por otra cosa…”
El marido se volvió más silencioso que nunca.
No sin razón: había caído en su propia trampa. Al querer reconquistar a su mujer había creado él mismo ese amante epistolario que la había enamorado perdidamente y ahora le devoraban los celos: se había vuelto locamente celoso… de sí mismo.
En pocas semanas estuvo a punto de echarlo todo a perder… La empezó a maltratar, a volverse distante y apenas la miraba ya sino con un odio mal disimulado.
A su vez el amante epistolario, tan abierto hasta ahora, se volvió frio, hiriente: “¿Y por qué me cuentas estas cosas a mí?” le escribía. Ella sintió el mundo derrumbarse bajo sus pies. Pensó que se volvía loca.
            En cuanto a él, sintiendo subir en él una violencia que desconocía se asustó y decidió, en un  arrebato de lucidez, buscar remedios a su mal. “Me estoy volviendo loco,…” se dijo. “¡De seguir así puede ocurrir cualquier desgracia!-
Ella empezó a hablar de marcharse  un tiempo a casa de su anciana madre. Esa misma noche fantaseando que la estrangulaba antes que dejarla partir encontró, a la desesperada en internet un psicoanalista de guardia.
La primera sesión fue muy violenta pero decisiva-
“ No puedo más, doctor…Voy a reventar. La voy a reventar.
Estoy viviendo ahora con una puta de la peor categoría….
Antes era dulce y cariñosa, casi angelical…pura.
” Así que usted preferiría vivir de nuevo con su mamá”
“¡Será hijo de  puta! ¡Cómo se permite!”
Colgó violentamente el teléfono.
Toda su rabia se había volcado contra la voz impasible.
            Esa misma noche le envió a ella un mensaje ardiente y ella, como  una flor después de la dura sequía veraniega  resucitó y ardió en sus brazos, como nunca.
Pero a él, el demonio de los celos lo seguía devorando y cuanto más había gozado y la había hecho gozar cuanto más la quería torturar, matarla como si fuese su cosa.
“¡Así que esta mujer es suya…Como unas zapatillas o una vaca”…puntuó por teléfono la voz .

Pasaron así varios días.
Ella, a fuerza de coincidencias, rozó  la verdad. Pero no dijo nada.
Hablar  era dejar esfumarse de repente varios meses de vida …
y  un porvenir. Decidió seguir viviendo su nueva pasión,
alimentada por las palabras que no conseguían decirse cuando estaban
cuerpo a cuerpo, palabras que refrescaban y aumentaban su deseo,
ampliaban los límites del espejo.
Ahora, eran cuatro y mucho más , eran todos los amantes de la historia , vibrando al sonido de la letra.
Dejó el secreto inundar su vida
las letras hacerse carne en su carne.
Ninguno de los dos quería perder estos territorios desconocidos
que estaban construyendo
palabra tras palabra
caricia tras caricia
sin saber
a tientas
Invadidos de luz
Arrebatados a sí mismos.

Claire Deloupy Marchand



AHORA VAN A LIMPIAR EL MAR

Ahora van a limpiar el mar
de cuerpos de niños estorbando
a las bandas imperiales
de tiendas ultramarinas.

Allí donde crecen el musgo
y el olvido en fosas comunes,
sin banderas.

Dicen que el hambre es negra,
no tiene color y los almanaques
son objetos inútiles
porque las vacas tristes
no saben leer.

Los niños son arrasados
y ni siquiera tienen
un número en el pecho,
porque según cuentan,
las mariposas mueren jóvenes,
y los buitres esperan ser abatidos
sin nombre, ni edad, ni tiempo.

Soñaban cada noche
mientras corrían al alba
por sucios mercados
sin saber que su sangre
correría todo el día.

Los bravos soldados
no saben porqué
pelean y mueren,
tal vez en nombre
de la diosa muerte
con trajes de luces,
creyendo
que el primer cadáver
fue un maniquí pintarrajeado
de amarillo color desierto.

Jaime Kozak



LA NUEVA TEMPORADA
Sobre el rectángulo de la función, letras con espalda de cifra
se juegan los puntos de la estrenada ilusión. 
Entrenan los músculos del abrazo y el abductor regatea los sueños de infancia.

Saltan al verde cicerón, con galones de valor en los hombros, los elegidos.
Ruge la grada. A la terna de luto saludan los brazaletes de la deuda anticipada.

¡¡Furioso y fanático atleta del dios redondo!! Te invoca la plegaria.

Ariete del verso te convoco, con paciencia de hilo, en la arquitectura del juego.
Gira esférico el deseo y el clamor, en tu llegada de reina, alcanza las mallas.

En el descanso, se cocina la verdad del veneno, se rompen apuestas del oro.
Ánforas sin pasado, porcelanas desteñidas del sustento y papel de periódico
taponan las fisuras del combate en el área, buscando la insaciable victoria.

Elegido el equipo titular para comenzar el juego, la máquina trabaja
las gradas sedientas del grito que atruena en sienes plateadas de laureles.

Tomar ventaja en el marcador libera de fuerza al rival y reubica la táctica.
Llega el momento del redoble. La afición arrulla la furia sin venganza
y los colores del equipo disipan el cansado fanatismo de la traición.
Es el momento de rematar el partido y cuando se juega una final, ganar
te proclama, durante una temporada, campeón con derecho a revalidar.

Carlos Fernández    


NO QUIERO QUE LA GUERRA VENGA

No se de que manera apareció una señal de miedo.
Era una lluvia, pero de sangre
y una nube negrusca la sobrevolaba empujando a dos odios,
dos odios enamorados locos, que se fusionaron hasta ser
una ardiente masa de explosivos con una velocidad
como para romper todos los sueños.

Los espías mandaron cartas imprecisas,
una mentira más del miedo,
prisioneros del mal cedieron a su furor y todo fue violencia.

Miro el silencio y veo en los tejados de la ciudad descansar pájaros melancólicos con alas rotas porque el piloto del viento
cayó en un cielo de lágrimas donde el dolor se oculta
y hay una blanca extinción de los recuerdos.

Caras que no se preguntan por la lluvia o el buen tiempo,
grandes sabanas de plomo cubriendo los campos
y un viento de polvo destruyendo las espigas,
la balanza deja de sostener la libertad que huye
y todo se trastorna,
el alba nunca ha comenzado ni acabado,
y la labor que debían hacer quedó inconclusa para siempre.

Se pierden las formas de los cuerpos vencidos de cansancio
las estrellas dejan de ser miradas,
una noche más de párpados caídos,
días de cautiverio, de espejos rotos, de cúspides caídas,
la imagen se diluye y el sueño se desnuda en las trincheras.

Privada de sangre y de reflejos, las columnas de hombres que marchan sobreviven en las barricadas más secretas de las sombras.
 ¡A tierra! A tierra! Y todo caminante se arrastra entre despojos,
el mundo se desprende de su cabellera,
el espanto deja a los héroes sin sentidos
y todos son signos precursores de un incendio animal
donde el hombre será el movimiento impreciso de sus llamas.

La guerra danza entre la audacia y el peligro, no sonríe,
por la hendidura de su boca se escapa un animal aullante
que sólo goza en los pozos que esperan a los muertos.                   

Norma Menassa

No hay comentarios:

Publicar un comentario