lunes, 18 de febrero de 2013

TALLER DE POESÍA SÁBADOS. 16-02-2013


                                                                   

GRUPO DE POESÍA DE LOS SÁBADOS A LAS 18:00 h
-revista virtual-
COORDINADOR :
MIGUEL OSCAR MENASSA (Candidato al Premio Nobel de Literatura 2010)
NÚMERO 103, 16-02-2013
Semana a semana iremos mostrando en este blog el producto del trabajo realizado en el Taller virtual de poesía los sábados a las 18:00 h de la Escuela de Poesía Grupo Cero, coordinado por el poeta Miguel Oscar Menassa

Dibujos: Miguel Oscar Menassa






PALABRAS DEL ADIÓS

Cuando vivía en mi cuerpo
hacía madurar a una mujer con una galaxia en la cabeza
y un sello carnal en la nuca con la palabra adiós.

Bebía el aire a bocanadas como si grandes alas aventasen
espacios con humeantes andamios
por los que ascendía entre amigos y desconocidas muchedumbres
que cubrían el mundo con sus cuerpos.

Una biografía sin certezas ni honras fúnebres
me esperaba en el mismo lugar donde explotaba con su escándalo
una copa de cristal contra un muro,
en vano intento de correr el horizonte hasta su matemática de infinito,
y un salvajismo llegaba hasta mi médula alterando el bienestar de la mañana
e inundaba como el cuento del diluvio
la superficie de mi pedazo de tierra en el que me tocó vivir,
un patio de la infancia donde el sol estrangulaba las tardes de pobreza
y el infierno era alejado en sueños místicos donde hablaba con dios con la exasperación de todas las preguntas sin respuestas.

No lo podré creer,
pero igual caeré desde la cumbre nevada de algún invierno,
atraída por el imán de un abismo abandonado por la magia,
y no me esperará ningún secreto tenebroso,
sino palabras de un adiós que solo dirigiré a algún pastor de almas extraviadas
mientras dejo a mi cuerpo separado de sus ropas que se amontonan en un rincón para habitar en los círculos del tiempo,
en ese agujero penetrado por una neblina intermitente
que sólo se deja iluminar por el relámpago de los besos
que harán saltar el pulso de la sangre con la furia de un corazón inexorable.

Separados mi cuerpo y sus ropajes, diré mi adiós:

Adiós amor, y el principio que dio comienzo a todo, se vuelve amor de despedida.
Adiós mi cielo, la puerta fue cerrada por furioso huracán y no podrán abrirlas mis suspiros.
Adiós, adiós, algo se rompió y estoy perdida.
En la memoria de la piedra dejaré mis iniciales
para que no me busques más
y en el extremo de mi última canción habrá una cascada de libertad cumpliendo su tarea ineludible.
No podré huir,
arrojaré mis últimas angustias a los astros,
y en la emboscada de mi noche,
el universo colgado del borde de mis ojos,
me impedirá verme vivir.

Norma Menassa

                                                           
PALABRAS DEL ADIÓS

La lógica se deshace en manos que no sé,
cuando tantos adioses
agolpan la garganta.
Adioses que resisten
cuando el viento me obliga repetirme.

El azadón es necesario
para que la mañana pueda su camino.

Adiós al pan con azúcar y aceite de la guerra,
añoro el prado aquel, de amapolas,
donde mis sueños íntimos reposan.
Adiós al atlántico Corrientes
que arrastró raíces ancestrales de la infancia.
Adiós al megáfono obstinado,
repitiendo los “no debes”.
Adiós ,
en tus destruidos templos sé que funda
su dicha y su dolor toda la vida.
Adiós a tantos caminos con barrotes.

La piel resiste, se niega
se viste de bordó insoportable.

Siento que vida adentro me aletea,
un ángel de bondad que me convoca
a renunciar del lodo rojo que me afea.

Rosalba Pelle

                                                          
PALABRAS DEL ADIÓS

Vertí algunas lágrimas durante algunos años
por no permitir que el amor tuviese su tiempo.

Después,
mucho después de las guerras y los desastres,
bastante después de los adioses a mansalva
crecí y fui lo impensable.

La muerte
me llama todas las mañanas
para decirme que sigo viva.
Le agradezco su amabilidad
y voy al trabajo contenta.

Con ella voy aprendiendo
algunas palabras para el adiós.

Cruz González Cardeñosa

                                                   
PALABRAS DEL ADIÓS

Ojos
que no encuentro en sueños,
vuelven como el desafinar
de un violín roto un atardecer de invierno.

Decías estar segura
de que podía
comprender tus emociones
y a través del abismo
te extendía la mano.

De todos modos te escribiré.

Tal vez no sea demasiado tarde,
contaré ciertas historias extranjeras
y ligeros éxtasis,
que no aparecen bajo la luz del sol
o cuando tiemblas de ternura
meciendo estrellas
distantes y solemnes,
que se apagan.

Miradas entre lágrimas que no veo,
distancias que nos separan.

Instantes que contemplo
cuando intento evitar
reinos crepusculares,
donde mis labios quieren besar
y componen alegorías en pieles del adiós.

Me siento como alguien
que al volverse,
súbitamente mira al espejo
y mi aire impasible se diluye,
estamos a oscuras.

Jaime Kozak

                                                  


PALABRAS DEL ADIÓS
                                   Soy el que ya no sufre.
                                   No pido pan.
                                   Pido extensión marítima.
                                                (Miguel Oscar Menassa)

El pan aprendió a olvidar amasando harina de trigo en el obrador.
¡Agua y pan! no confunden en la mina el rastro de los perros.
El Señor bendice la libertad del preso cada domingo. ¡hermano date la paz!
¡Pan, agua y libertad! clamaban en el frente despoblado de enemigos. ¡Silencio!
Después de reclamar al cielo…llega el silencio cabalgando su recuerdo.

Y si quieres bailar salta la acequia del doble espacio, en blanco,
como el pan recién horneado en las madrugadas del labriego.
Si agua fresca de la fuente de los enamorados anhelas beber
haz como el sediento castellano que esquivando las ortigas y el zarzal
sonriente acude ante la amada silueta del cántaro en tu costado.

Del resuello bajo la sombra del chopo, no podrán torturar la memoria,
tus palabras alejando mis ojos de la tristeza y el pañuelo
que suelto vuela de tu cabello a mi pecho, son ofrendas de aquel amor nacido
en la ribera del río -aquella primavera- de girasoles que al unísono
siguieron tu danza del vientre detrás del molino.

Deslizabas prenda a prenda por la cintura tus palabras:
¡Agua!, decías y la cinta del pelo volaba sobre las ramas del almendro.
¡Pan! y las sandalias bailaban hacia la ribera y nos besamos sin premura.
¡Trabajo y ¡amor! ¡trabajo y amor! tus manos canturreaban sobre la cremallera
y algún libro con poemas del adiós repicaba el campanario del destino.

La prenda que olvidada perdimos, guarda los secretos del goce y
las palabras del último adiós en la piel.   

Carlos Fernández.
                                                       
PALABRAS DEL ADIOS.

Escribir, escribir, vivir todos los días.
Y el adiós será una palabra más.

Paola Duchên

                                                       
PALABRAS DEL ADIÓS

Ciertamente no sé cuando me iré,
es por eso que puedo despedirme
de ciertos amores que ya no serán,
de las playas que mojaban
 nuestros  delicados pies en  noches de luna,
de las pieles tersas , los pechos erguidos,
los saltos en alto, las carreras llanas.
Quiero despedirme de mis sesenta y cinco años,
mirarme en el espejo y sentirme a mi altura,
mirarte en las sombras  y forjar aurora,
ser un  haz de luz incandescente
encerrada en cristales.
A golpe por minuto, ya no alcanza una hora,
sesenta y seis mojones de útil travesía, señalan el paso
de tantas historias que habré de contar un día,
cuando diga adiós, por fin, a tanta hipocresía.


Olga de Lucia Vicente.

                                                            

PALABRAS DEL ADIÓS
Atrapado en el laberinto de las letras,
rompo las páginas que llenan el vacío,
abro nuevos espacios con mi nombre.
Torpe atleta de los días, agoto los silencios
con la música impalpable de mi voz.
Líquenes de la indecisión
cabalgan en palabras del adiós
cerrando las vítreas pupilas del pasado.
Vuelan las manos hacia el misterio,
se abre el virgen cuerpo de papel
donde rubricar la consigna del verbo.

Helena Trujillo

                                                            
PALABRAS DEL ADIÓS

Llegaste con la ilusión de un niño que espera no ser abandonado,
no estabas dispuesto a claudicar por los pactos con la muerte,
tu mirada, una decisión tomada de antemano
en la que esperabas paciente cada beso,
cada palabra pronunciada por los encuentros.
El vacío acechaba la noche y el silencio no era más
que la soledad que entregabas por un verso,
por una mujer anclada en tu olvido,
voraz recuerdo por el que los sueños velan tu descanso
en un adiós pasajero.
Tanta entrega por unos ojos de amianto a punto de palidecer,
tanto amor desconocido junto a la almohada,
el que queda por vivir cuando es tu cuerpo el que me habla,
cuando es tu piel la que cae como un manto sobre mi espalda desnuda
antes de desaparecer con el fuego del amanecer.
El tiempo jugó a nuestro favor
y deseo tu cuerpo con mi sexo de pantera enamorada
y mis manos no envejecen frente a tu boca de miel
que estremece mis piernas en cada paso
en que ilusiones venideras nos susurran un futuro por construir.
Bebe de mi, hazme tuya sin someterme,
nuestra voz será el delirio, el estremecimiento de una pasión.

Susana Lorente

                                                             
PALABRAS DEL ADIOS

Entre el dicho y su máscara,
rondan acueductos multicolor,
desdibujando el eco de tus manos.

Después, callabas la venganza
y encogías el espíritu,
justo al atardecer, cuando el dolor
acampaba entre tus piernas.

Nada perdura, decías,
todo es fugaz y entrecortado.

Y reducías, una vez más,
el contorno de tus ojos,
las cuatro esquinas de tu vida. 

El eco de tus pasos aceleraba
algún final, palabras desesperadas
de un adiós postergado.

Carmen Salamanca

                                                       
PALABRAS DEL ADIÓS

Y te dejo, Alejandra, en aquel banco de la infancia,
en la sorpresa de ir descubriendo el mundo,
con esos ojos vivarachos, del color de la esperanza.
Te veo crecer entre palabras amorosas, caricias
de laboriosas manos que trasiegan para que
en el plato no falte la comida, y la poesía
pasee por la casa a sus anchas.

Te dejo en ese hueco de saliva,
la leche helada en el recreo con pan caliente
la algarabía de los niños creciendo contra todo,
tu sonrisa serena saludando al sol de la mañana.
Cruzar el patio como si fuera el mundo,
todo empedrado con adoquines de ilusiones.
Y Filomena, la maestra, se secó su pecho
de tanto amar a Dios.

Primer amor en el cordón de la vereda,
calzando los zapatos de mamá.
Y los fueron llenando tus piececitos,
parecía imposible.
Papá me trae manzanas, para la inteligencia, me dice.
Yo me las como porque creo firmemente en su decir.
Partir se parte siempre hacia algún sitio.
Hacia la edad adulta, hacia la madurez.

Cuarenta años, madre,
Cuatrocientos amores.
Brilla mi pelo por la manzanilla que
tu pusiste sobre él cuando niña.
Aún percibo ese olor de camomila.
Para atrás ya no se puede ir.
Hay que avanzar, artillería pesada
derribando los días. Hay que avanzar.

Dile adiós, Alejandra, manito blanca
con cinco dedos blancos, y las uñitas
rojas pintadas por primera vez,
tan desmañadas.
Flamenca mía, maña mía, mi acróbata.
Dile adiós, niña mía, te saluda. Dile adiós
Tu niña se despide, palabras del adiós.

Alejandra Menassa



PALABRAS DE ADIÓS.

Una vez tuvimos otras palabras. Y era posible, entonces,
crear las cosas del mundo que soñábamos.
La miga de pan sobre la mesa quieta,
era la Rosa de los Vientos para un viaje de amor y de locura.
Los profusos jazmines de mi patio,
la vía láctea que albergaba mi próximo poema. Y era,
mi muslo oscuro en tu cintura, ardiente armonía en movimiento
que lograba en cada acorde, las palomas,
para llevar de mi boca hasta tu pecho
la sal del universo.
¡Esta era la tierra en que moraban los dioses que habían decidido
sembrar de una vez, y de repente, toda la belleza de la vida!
Y yo canté. Canté para después, para mañana, por si acaso,
canté en todos mis poemas… hasta que mis huesos se blanquearon al sol
celebrando dantescas batallas.

Ahora, debo remendar ecos y sonidos remotos, lejanas resonancias…
hasta encontrar el vocablo que me aproxime a tu nombre,
y no puedo.
Alguien degolló las campanas demasiado temprano,
le cortó la garganta a la palabra esperanza
para que nunca más remontara el sudor ni el aroma.
Y no me exculpo. Yo tampoco recuerdo por qué
dejé caer la porción de luz que me tocaba sostener en el camino,
ni cuándo olvidé el nombre de la rosa
o la curva de tu boca sobre mi pezón descalzo,
donde Octubre era una escándalo de verdor en mi ventana.
Si embargo,  porque canté,
para ayer, para hoy, para mañana,
no sólo palabras de adiós me quedan para abjurar del fuego.
También hay un poema inmenso y elocuente que atestigua
que es posible el fuego.

Norma Demaría




LAS PALABRAS DEL ADIÓS



Recuerdo el agua moteada por zócalos azules y multicolores
tu voz estupefacta cuando nos descubrió
al fragor del ocaso en plenitud.
Enrojecidas y viriles,
las palabras del adiós
nos despertaron cuando éramos
verdaderamente menores.

Desvencijados cuerpos
atados por rojas evanescencias
y capuchas vanas.

Un día otro país
recorrería los senderos
tristemente apagados por el verdor del limo
casi muerto tras nueve años de prisión
en un lugar inhóspito de un barco
poderoso con un proa inmensa
y bravucona.

El barco se sumergió en el dinero
y el duque que lo constituía, el capitán del barco
y el almirante del mirante de los monos, decidió
brocar el molde y solidificar nuestras últimas pertenencias.

Es el discurso del amante.
Maldigo los versos indescifrables y
el arlequín del tiempo inmortal.
Tus palabras fueron la brújula.

Hablaste y desapareció el mito.
El universo de tus ojos empequeñeció
y la mirada se hizo devastadora.
¿Dónde fuiste?
¿Dónde te quedaste?

Me persigue el futuro.
Arremete el cuarzo de tus ojos
el deseo del hombre en este puño
rebelde y aturdido por el soplo del amor.
A los rincones reverencia tu escaramuza.


Virginia Valdominos.








PALABRAS DEL ADIÓS

Quizás podríais pensar que fue una historia amable,
era lo que pensaban muchos de sus allegados.
Es inevitable que murmuren, decía él, y ella se calentaba
con el humeante bol donde había cocinado todo el amor.

A veces él se atoraba en una circunvolución e implacable
celaba la sonrisa con la que ella saludaba al alba.
Incapaz de la mínima cortesía confundía su obstinación
con la mineralogía y se empeñaba en reducir tiempo y espacio
a una pequeña perla marina que colgaba, desafiante, de la cadena de su chaleco.

Las mañanas donde las palabras sulfúreas horadaban su cuerpo
ella se quedaba atónita, porque jamás había oído un roce de cadenas
y no podía imaginar gestos intempestivos, así que renunciaba a sociedades benéficas
con el mismo amor propio con el que había renunciado al adiós.
Cuando los vecinos miraban de soslayo los colores púrpuras
que inundaban su piel les hablaba de la moda del tatuaje
y de su inclinación a tomar distancia de los remordimientos que corroen la ciencia.

El saluda a los hombres con invertebradas frases en un tono de circunspecta afabilidad
y dirigía miradas lascivas  a las mujeres como le habían enseñado en su familia.
Era un hombre conspicuo. Sentía predilección por los sublimados
y desconocía las ganancias y pérdidas de una sosegada conversación.

Ella entretenía los años con fantasiosas hazañas de muñeca inanimada
como durante siglos hicieran las hembras bien nacidas
no vaya a ser que alguien sospechará que podía desear.

Las diferencias intolerables redujeron sus vidas a un pequeño cuarzo negro
- porque como ya había dicho él era un amante de la mineralogía
y sabía que el cuarzo negro contiene el cúmulo de la sabiduría ancestral -.
Si bien los días pasaban respetando estaciones era difícil,
en esas circunstancias, que la primavera llamara a la puerta
porque no hay lugar en un cuarzo negro para brotes de futuro.
Pero ella, con la fe debida a un facultativo, se obcecaba
en creer las promesas de su hombre, que sabía de música
porque siempre pulsaba la cuerda precisa y la hacía vibrar.

Un día ella se animó a decirle que se había enamorado
del esfenoides porque le había prestado las alas que siempre deseó
que le permitirían viajar para cultivar la tierra que florecía en primavera.
Y esas fueron las palabras del adiós.

Pilar Rojas

                                                         
PALABRAS DEL ADIOS.

Esas palabras del adiós, han roto una esperanza.
Han dejado el sonido de un corazón
perdido en un universo de no palabras.

Su rastro asemeja al de las aves migratorias
cuando el verano abandona la estación de los olvidos.
Justo ahí, mis manos quieren borrar lo no escrito,
parecerme a la esencia del agua
que no deja rastro en su batir de olas,
o a un ave que surcando el viento
solo deja estelas de plumas.

En el adiós, no hay tiempo,
ni logro beber de esa fuente agónica inmersa,
sobre un pecho cuyas gotas
semejan caudales de rocío.

Hay un extraño pesar,
una mirada sobre mí que extenúa mi intimidad,
parecido a esos mundos de la noche,
donde dos amantes quiebran con su cuerpo la soledad,
y acompañan con sus sombras ese vacío
donde corazón y respirar
llenan con su sonido,
el imperturbable silencio de una roca abandonada,
solitaria en su pesar sin más color
que el de un musgo que con el tiempo,
sembró sus raíces en las dulces entrañas
de su amargado destino.

Ahora, toca pensar.

Cuando la desolación haya sucumbido
y alguien decida partir
no seré quien detenga con la mano
ese pesar que es el abandono
de lo que ya no vendrá.

Semejante cruz, sin hombre,
ingrávida luz que me hace caminar
y soportar esta duda,
que con ternura se amansa,
como las manos
cruzadas sobre pecho
para gestar un sueño,
donde sueño que la muerte
también se alcanza.


Miguel Martínez Fondón.

                                                      

PALABRAS DEL ADIOS

Vivir con los que viven, aconsejas.
Concepción Silva Belizón

El desorden es un capítulo que se absorbe
pero la dicha ha encontrado nombres
y cuando apresados flotan sobre las cáscaras de pan
piden un trozo para la gloria.

Tomo tus palabras,
siento al lado mío toda la música
y bebo la naranja.

Veo mujeres, hombres y ejemplos palpitantes.
¡Cuantas llaves escuchamos en derredor del alma !
Se perpetúan las melodías como enlaces asombrosos
se dice que mañana, ¡Oh mañana !
Perla que retorna y toca mi frente.
Distanciemos los sonidos
quieren quedarse para siempre.

Clémence Loonis







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