-revista virtual-
COORDINADOR :
MIGUEL OSCAR MENASSA (Candidato al Premio Nobel de Literatura 2010)
NÚMERO - 75- 04/06/11
Semana a semana iremos mostrando en este blog el producto del trabajo realizado en el Taller virtual de poesía los sábados a las 18:00 h de la Escuela de Poesía Grupo Cero, coordinado por el poeta Miguel Oscar Menassa
UN DÍA DE COMPRAS CON MAMÁ
Ven, no te pierdas entre los colores.
Mamá frente a los vestidos, pasaba uno a uno y me decía
“pruébate éste” “qué te parece este azul” “¿te gusta alguno?”
Era difícil saber cuál iría a servir para mi cuerpo.
El antes y el después es una cifra indescifrable.
Fue un día único, inolvidable.
Un celebrar mi mayoría de edad,
un vestirme de largo para la vida.
Cruz González Cardeñosa
Madre color horizonte conciso,
terca tierra cuantiosamente alzada;
Pare en la noche dura tu progenie
Pare en alto tu voz nuestra canción,
aguerrida simiente que se abre,
como el acre picor de un aguijón,
sobre toda la piel de nuestra madre:
Madre patria y madre revolución.
Kepa Ríos Alday
HOY ME HE DADO CUENTA DE ALGUNOS ASPECTOS MISERABLES DE MI VIDA
Loca como una loba en celo,
me dispongo a gritarte mil verdades
detrás del escritorio,
tu cara de mujer abandonada y sola,
me hace retroceder
mil pasos hacia atrás,
y después mas silencio,
no te dije nada,
no insulté ninguna de tus miserias,
me hice a tu lado miserable,
usé en todos los pasos caminantes,
miles de silencios que jamás pronunciara,
fuimos iguales por un instante.
Lucía Serrano
DE COMPRAS CON MAMA
Por aquella manera de pensar que mamá tenía,
estábamos seguras que nuestra ruta
nos llevaría al shopping.
Bandejas con todos los productos
nos permitirían comprar lo innecesario.
Mamá iba caminando como una autómata,
derecho y sin comentarios.
Después de pasar su lugar amado,
botas, zapatos y carteras de cuero,
decidimos sentarnos.
Pedimos un almuerzo liviano,
luego un lápiz y un papel,
en el cual íbamos anotando las
compras que haríamos en el supermercado.
Estábamos en planta baja,
el shopping tenía varios pisos,
nos dispusimos a subir hasta el último,
y antes de retirarnos
volver al supermercado, ese parecía el objetivo
Subimos, al llegar comenzamos a mirar como
si el mundo pudiese terminarse al otro día.
Mamá queria llevárselo todo.
Avisó a papá que ya no nos espere,
y con su buen talante le preguntó
que deseaba que le compráramos.
El sin ningún miramiento, hizo su lista.
Dijo: dos calzoncillos de un solo color,
dos botellas de whisky irlandes,
y unos sanwiches de miga triples.
Mamá se compró lo suyo y yo decidí
ser por única vez, el acompañante inútil,
estéril e insulso como todo acompañante.
Bajamos felices por todo lo que teníamos.
La novedad brillaba en nuestos rostros.
Nada alcanzaría a saciar esa sed de shopping,
de domingos sin puertos extranjeros,
sin brindis después de la madrugada,
sin ring rang del teléfono llamando.
Habíamos pagado todo y ya no nos
alcanzaban las manos para seguir comprando.
Mamá pidió un ayudante que rápido
estuvo paseando con nosotras, a nuestro lado.
Llegamos al supermercado y mientras
cargaban la lista de productos que llevaríamos,
nos volvimos a sentar en el mismo lugar
del almuerzo y ahora el café de la espera.
Queríamos recordar cada una de las compras,
y nuestra felicidad por haber conseguido,
la ilimitada exageración de aquel día.
Lucía Serrano
FUI DE COMPRAS CON MI MAMÁ
Entrar en aquella intensidad fue sólo el comienzo
de una larga jornada y un pequeño relato poético.
Era una tarde sombría y tenebrosa, nuestras sonrisas
contrastaban con la seriedad de los dependientes.
Un día fui de compras con mi mamá,
ella sólo quería comprarme y yo no quería dejarme comprar.
Con plena indiferencia me dijo: ¿quieres un lago azul en la montaña
o bien una biblioteca universal que te separe de mí? Tú eliges.
Yo no quise ser menos y sin plena indiferencia
me arrodillé ante ella pidiéndole perdón
por las palabras que iba a pronunciar:
Madre sólo necesito tu amor y tu amor no se puede comprar.
Vivo lejos de ti, en mi propio cuerpo, en mis propias palabras,
he dejado de ser tuya y también he dejado de ser mía.
Entramos a la tienda sin parsimonia, estábamos decididas,
Un dependiente se acercó presuroso: ¿qué desean?
Una bicicleta, dije yo; un traje de chaqueta, dijo ella;
Decidan antes de hablar, dijo el dependiente.
Tenemos deseos diferentes, y cada una tiene el suyo.
Amelia Diez Cuesta
En dunas incorpóreas,
interrogué
corazones acelerados,
envueltos
con linos y esmeralda,
anillos
de manos sin corteza.
Hechizos en tu boca
nutrían
la sangre
de un singular idioma,
vertiente
de grandes trashumancias.
Dulces visiones
guiando sueños,
retablos
de almendra fresca.
Era un amor
como luz hablada,
como rayos
que parten al destierro.
Jaime Kozak
FUI A LA COMPRA CON MAMÁ
Era una mañana soleada de primavera.
“¿Quién quiere ir a la compra conmigo?” preguntó mamá. Cuando se trataba de estar un rato a solas con ella, yo era la primera en contestar.
A solas, a solas… Bueno..¡Es un decir! Mi madre tenía lo que se suele llamar aquí en España “don de gente”… Así que vaya donde vaya por nuestra pequeña ciudad, nunca faltaba gente que se le acercara.
Era salir a la calle y cruzarse enseguida con uno de estos pesados: “ Hola! Sra del Lobo … ¡Qué gusto encontrarla! ¡Ayer, justamente, le decía a mi marido…blablablablabla!” .Y yo por mis adentros: “¡Está señora tan desagradable tiene marido!”. Entonces, la señora sintiendo el peso hostil de mi mirada, lanzaba:” Es su pequeña Francisca ¿verdad? “. No acertaba con mi nombre –por supuesto – sino, como siempre, con el nombre de una de mis numerosas hermanas.”¡Qué mona es! ¡Un encanto! ¡Y cuanto ha crecido!”. Mamá, con voz dulzona, más suave que la que usaba en casa, me interpelaba “¡Anda, Jerónima! Saluda a la Sra. del Palo Quebrado. Y la insoportable Sra. del Palo Quebrado ponía con fruición su boca pegajosa sobre mi mejilla. Yo, con una mueca harto elocuente, limpiaba mi profanada mejilla, maldiciendo la dichosa Sra del Palo Quebrado, que se atrevía con tanto descaro a robarme unos instantes del ansiado paseo a solas con mi mamá.
En el mercado, era casi peor. Todo el mundo la conocía. Así que a los saludos de las señoras de labios pegajosos, se sumaban las interminables charlas con los vendedores que gustaban de hablar un rato con esta señora siempre sonriente y bien dispuesta. Pero en honor a la verdad he de confesar que ellos sí que me reconocían y me nombraban por mi nombre. “Hoy ha venido usted con la pequeña Gerónima!” decían a mi madre, lamiéndole la cara con la mirada; y a mí : “Prueba estas cerezas, preciosa…”. Y ponían en mi mano un puñado de frutas lustradas y rojas en las cuales todo el sol se reflejaba.
Es así, justo así, como conocí a Miloud. El estaba sentado en el suelo con una gran cesta vacía de cada lado y jugaba con huesos de albaricoques mientras hundía sus dientes blanquísimos en una jugosa sandia. “ ¡Miloud!”, gritó el padre “acompaña a la Sra del Lobo a su casa “. Y Milud, haciéndome una sonrisa que iluminó 4 segundos su morena cara, llenó las dos cestas con gestos precisos y delicados como si cada fruta, cada verdura fuese una joya y él un príncipe. Volvimos a casa. Pequeñas perlas de sudor se deslizaban sobre su frente cobriza. Caminaba, altanero y feliz, a pesar de la pesada carga, como si el mundo le perteneciera.
La voz de mamá sonó, lejana: “Qué tal Sra de Fulano y Mangano? Hace un día precioso, ¿verdad?”
Volaban sus palabras muy encima de nuestras pequeñas cabezas, mientras Milud, guiñandome un ojo, me sonreía…
Claire Deloupy
FUI DE COMPRAS CON MAMÁ
Son las siete,
amanece.
Suena el despertador.
Mi madre ya está preparada
con su bolso,
seguramente con la extensa lista de cosas que comprar.
Tomamos unos mates
y casi sin hablar,
salimos.
Al caminar sobre la vereda,
Las baldosas se hacen alfombra,
acariciando mis pies
tal vez por la emoción de ir con ella
por primera vez de compras.
Cuando quisimos cruzar la calle
un auto paró,
salieron dos personas,
con medias en la cabeza,
y armas en sus manos.
No tuvimos tiempo a nada,
a esbozar, un rezo, ni un grito siquiera,
un ruido estremecedor
rompió el silencio de la mañana.
Sobre la acera quedó mi madre,
casi sin aliento…
La sorpresa me dejó sin lágrimas,
innumerables dudas en mi cerebro,
magnitudes infranqueables
estallaron en mi alma,
en el universo…
quedé paralizada.
El surco abierto de mi pecho
se lleno de melancolía
poblando la frontera de miedos…
Hoy regreso a mi soledad
intentando encontrar la paz,
la cordura …
a mi propia desolación.
Rosalba Pelle
HOY FUI DE COMPRAS CON MAMÁ
Escondida entre las faldas de algún maniquí,
arrinconada por la pulcritud de una mirada adulta,
seguía tus pasos, amilanada por la fama.
Fueron años de idas y venidas
de búsqueda incansable de lo nuevo,
de perversas sacudidas al dinero, que no había.
Salieron al encuentro tropas de soldados
enyesados por el silencio del destino.
¡Obedece! Decías. Hábiles traficantes
como maestros del odio, desenfundaban
la diestra y la sonrisa, y hacían de mí,
tortura humilde con pies de niña.
Subíamos al cielo en mecánicas escaleras
pero también, bajábamos al infierno.
Delincuencia y amor, habilidad y destierro,
se mezclaban cada tarde de miércoles,
cuando aprendí maniobras para la vida,
ortopédicas sacudidas, innobles para el alma.
Magdalena Salamanca
La plaza estaba desierta a esas horas
y los dos caminábamos pensativos,
como queriendo llegar,
como queriendo olvidar nuestro destino.
Ambicionábamos volar,
tomar otros caminos,
rodar ladera abajo
para volver a trepar a las alturas,
que a lo lejos nos ofrecían
sus azuladas cumbres,
brumas de lejanos días.
Un ruido de alas,
de palomas en fuga,
devolvió nuestros pies a la tierra,
al corazón su golpe,
su pálpito temprano.
Yo era un niño que de tu mano escapaba,
que de tu pulso venía,
mitad cantando, mitad enamorado
de tu voz cantarina y justa.
Quería jugar, quería llorar,
pero en tus ojos pesaba la cordura
y ya estabas por rabiar,
por atar a tu voluntad mi yunta.
Ruy Henríquez
FUI DE COMPRAS CON MI MADRE
En los escaparates, translucían hieráticas sombras,
movimientos truncados donde la impostura
alejaba la savia de los cuerpos.
Palabras que versaban sobre el futuro
vestían nuestros cuerpos de colores,
mientras nos debatíamos entre flores o cuadros.
Manos diligentes desplegaban
eventuales simetrías, delicados tejidos,
angustura y amplitud en las cábalas,
y la sonrisa materna que compraba
lo ausente de la caja registradora.
Trascurría el día y el hambre de piernas cansadas
detuvo el camino en un viejo café,
cretona y oro dibujando la mañana
donde la niebla presagiaba la abundancia
del sol que arrasaría la tarde.
Pilar Rojas
ME FUI DE COMPRAS CON MI MADRE
Se levanta el turbio silbido de la dicha
por fin los cascabeles de las andaduras
toman al pretexto el filo del encuentro.
Guiada por el destino del enigma
por el suspenso que guarda arropado
los vapores del mes, tiro las llaves.
La ciudad se mueve y desvela pensamientos.
Ceñida por encima de la hoja,
canto a las celdas del mundo
una noción de abertura al hombre que sueña.
Comienzo, y a la palabra pétalo le arranco el suspenso
sorbo la escarcha lograda como al animal herido
y la razón desmantelada juega al goteo:
planta en el viento llegadas y partidas.
Esperaba mi madre con hombres sin rodillas
El fusil sobre la rueda y ramas de tiempo encasquillando el futuro.
La raíz había abolido la puerta y vanos retratos buscaban
tu lucha, mi pie en un endecasílabo corriendo en el mar.
Clémence Loonis
DE COMPRAS CON MAMÁ
El viento enfurece las altivas palmeras , que con sus largos látigos
infligen su castigo al absorto, iluminado, firmamento,
los colores brillantes ciegan en el mismo momento en que deleitan.
Jugosas piñas destilan su embriagador perfume de mañana y sol,
guanábanas lujuriosas se ofrecen a los ojos de aquel que devorándolas,
sentirá su elixir afrodisíaco, discurriendo en sus venas, levantando a las células
en franca rebelión acompasada para un amor que nadie espera recibir.
fresas como labios regalados al poniente, dispuestas a endulzar los momentos amargos,
y después, parasoles, nostalgias, prismáticos ciegos y el sol, el sol
verdaderamente abrasador cayendo sobre archipiélagos de dorada piel.
Aquella mañana de domingo, monedas en los bolsillos y todo el hambre
y la sed del Universo dispuestos a ser saciados, colmados, bendecidos,
unas solas monedas de cobre entontecido para todo ese océano de sed.
Deslumbrantes baratijas para engañarlo a él, para que mi belleza
sea la que ponga el punto final al último desacuerdo de los cuerpos.
Cuerpos sin hombres: camisas al viento ondean como banderas blancas
sombreros hechos por manos laboriosas, para cabezas enamoradas del verano,
anteojos oscuros para parar los rayos del astro que vigila los movimientos últimos
de esos dos cuerpos de mujer: madre e hija, caminando sobre las sombras
de vendedores inundados en las gotas brillantes de un sudor inclemente
de mujeres parapetadas detrás de sus vestidos de fuego y amapolas,
que te ofrecen con la misma vehemencia que si vendieran piedras preciosas
topacios, gemas , diamantes y el oro puro de los incas, sus frutas lustradas
hasta hacer nacer en ellas el último resplandor, el brillo del azogue,
sus hortalizas cultivadas gracias a los últimos adelantos de la ingeniería agrónoma,
y pañuelos de colores, ropas, y utensilios imposibles, instrumentos musicales ejecutando
su mortal silencio, madre compró una flor y la prendió de mis cabellos,
y yo le di unos billetes a una dependienta de piel como la noche,
que extendiendo su mano me devolvió a cambio un anillo con irisados tonos azules,
como el mar que rodeaba como una isla ese asentamiento de comerciantes
que esperaban con amplias sonrisas poder tener sobre la mesa a la hora de la cena
algo que llevar a la boca, algún fruto del esfuerzo diario, después de ver pasar
como ancho río, miles de viandantes, multitudes hambrientas y sedientas,
con los bolsillos llenos de monedas y un amor por el consumo indecible.
Extenuadas de tanto alimento para los sentidos, volvemos al hotel,
y sentadas en grandes butacones, con una brisa marina envolviéndonos el alma,
desnudamos nuestros cansados pies aprisionados, y respiramos con la serenidad
de quien considera cumplida su misión de turista afiebrado dejando unas monedas
en manos de aquellos que esa noche, en su mesa, saborearán su pan.
Caminaba junto a ti,
mis pasos eran tus pasos,
sentía que nadie me había amado como tú.
Te pedí una flor abierta,
expuesta como un dulce en la vitrina
y me trajiste la jungla.
Hiciste que todo fuera para mí,
sin embargo aún hoy, sigo hambrienta.
Nuestras manos nunca se tocaron,
ese espacio sigue siendo todo nuestro destino,
mucho más de lo que me pudiste otorgar,
una ambición desmedida.
Tantas prendas que habitaban tus huesos
para solo un vestido.
Quiero ese, me decías,
el de rayas,
el regalo infante que te recuerda mi amor.
Así me hablabas para que reinara el silencio,
para que no mutara a mujer
cuando querías ser como yo.
Susana Lorente
La tarde quejumbrosa invita a no salir.
Desobediente, tomo el bolso y el paraguas,
y de un portazo olvido las tareas por hacer.
Con una mano tomo el volante,
con la otra marco su número de teléfono,
sorpresiva invitación, también para mí.
Ella descuelga el teléfono,
su voz tímida y apesadumbrada pregunta
quién se acuerda de ella en aquella tarde húmeda y gris.
Tu hija, madre esperanzada,
tu hija te abre las puertas del mundo
para que la lluvia no borre el pasado.
Sumándose a mi propuesta, atraviesa,
con paso torpe y pausado,
el espacio que se abre tras las paredes del hogar.
Madre e hija, refugiadas de la lluvia
tras los vidrios, atravesamos
la ciudad hacia el centro comercial.
Entrecortadas palabras se bañan en el café,
cada sorbo es un recuerdo caduco,
resentidas imágenes de lo que no pudo ser.
Atrevida como nunca, apurando el contenido de la taza,
detiene ese tiempo como arrancado de la nada,
y me convida a ser otras, a vestirnos de alegría futura.
Esta vez soy yo la que caigo en lo inesperado
pinto el gris de arcoíris y, tienda a tienda,
decoro mi cuerpo en cada probador.
Rojos labios, tules azules, tacones infinitos
nos disfrazan como mujeres desconocidas,
seductoras damas sin edad y mirada profunda.
Nunca sino ahora, te he sentido humana,
joven y deseante,
mujer, más que madre.
Fue necesario atravesar esa tarde,
mojar de lluvia nuestros pies
para jugar a ser otras, para no confundirnos nunca más.
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