martes, 29 de enero de 2013

TALLER DE POESÍA SÁBADOS 01-12-2012



                                 
                                    
GRUPO DE POESÍA DE LOS SÁBADOS A LAS 18:00 h
-revista virtual-
COORDINADOR :
MIGUEL OSCAR MENASSA (Candidato al Premio Nobel de Literatura 2010)
NÚMERO 99, 01-12-2012
Semana a semana iremos mostrando en este blog el producto del trabajo realizado en el Taller virtual de poesía los sábados a las 18:00 h de la Escuela de Poesía Grupo Cero, coordinado por el poeta Miguel Oscar Menassa

Dibujos: Miguel Oscar Menassa

SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO

Eran las 10 de la mañana y nada indicaba
mi procedencia policial, ni mi tendencia a inspeccionar
cuerpos de cualquier calaña, ni mi impunidad para matar.
Recorría las rutas del crimen como otros pasean por la ciudad.
Mi rostro asolado por un gesto de maldad
hacía temer a bribones y a honrados por igual.
Ninguna mujer se resistía ante mi arma mortal,
ningún hombre osaba manipular mi ingenuidad,
hasta aquel día en que una sombra me dejó en el umbral.
Todo quedó oscurecido por igual, nada entendía,
nada satisfacía mi ansia por hablar sin ordenar.
Así que ahora me dedico a buscar
una potencia que me haga temblar más allá
de cualquier rivalidad y sus secuelas,
una pasión más allá de mi cuerpo y sus reflejos,
una canción que despegue en mi garganta
y atraviese los confines de la muerte,
ahora me dedico a enterrar lo muerto
y despertar lo que sólo vive entre palabras.


Amelia Díez Cuesta.



SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO

Soy lo que se dice.
Lo que en medio de la soledad
nada más comienza.
La solitud
del pájaro que vuela, trémulo
en busca del viento.

Un pájaro policía.
Las mandíbulas titubeantes se enloquecen
ante el paso de la policía.
Los niños y los fogones resplandecen
al paso de la policía
por eso nosotros nos llamamos tango
por eso los tangos nos llaman nosotros.

Solemos disfrazarnos de verdugos
mas somos también hombres
tenemos nuestros sentimientos
y un oleaje
firme
acá en medio de la estrella
que nos hace enceguecer.

¿Qué pensarán los policías
que no me conocen?
Sabrán que es posible
la encrucijada
del arma y la libélula
o pensarán
en nosotros
hombres amurallados
llenos de reprimenda
y de tesón.

Somos los maderos que abotonan
el paso del lejano paso
que estranguló los respiros
que un río, resquebrajado, solo pudo.

Un río insolvente, un tonto llanto
por la salida que corre
y por el cornudo que levita
y también por el que ataca a la muchacha después
de fumar.

Alguien debe saberlo
el juez debe saberlo
el Estado debe saberlo
los ciudadanos deben saberlo
pero nadie sabe
todos oriundos
pero nadi sabe
todos gastados
mas abolidos.

Aturdidos póstumos.

Ríe el ágil sonido de la tempestad
una vez prendidos los rastros de impostura
cantidades de versos
sexos enamorados
y deteniendo capos,
soldado de la noche
me arrepiento.

Oh, la mañana me llama
quiero el color del día
el amor de las flores
y porqué no,
la diplomacia.

Quisiera también pedir la hora de la tregua
el molino de viento y,
por qué no,
la mordedura del molde que nos hace
a su imagen y semejanza.

Un dolor, un olor,
un esclavo y una única duda,
la verdad es patrimonio de rufianes
una fijada multa
o un tráfico apagado
un accidente inoportuno
y, como no, el latido del coma
el latido del cárcamo
el latido del odio
y el de la tristeza
que quebrantada,
se retuerce
en mi sexo.

Ciruela, de las hojas caídas
hermosa ciruela de las hojas secas
del ojo del huracán y también, sexo de viento
y de cósmica multitud.

Somos de acero inoxidable.
Nos venden en los palacios del trasiego
y desplegamos nuestros dólares
o mas vale un siete
en la apuesta que la vida
nos muestra en la sangre herida
en la herida abierta
sobre mi mano
que palpita.

Herida que, sin más, se abre y me traga
y me incluyo en el muerto
y me muero, muerto, muy muerto,
y reflejo en mi salvación la del mundo
y entonces considero un sabelotodo
al que me ofrece un destino.
Flor de la verdad.
Bruma del amanecer
que me abandona.


Virginia Valdominos.


SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO

Un rechinar de pasos retumba en la impasible piedra,
escapa de sí mismo el hombre
aferrado a sus telúricos nervios
en calles inhóspitas que aguardan el nuevo día.

Vida entumecida en crucifixiones cotidianas,
niebla de palabras que disfrazan las facciones
donde los sentimientos se esconden el abismo seguro
estallando en esta carrera hacia lo desconocido.

Azul ropaje enmarañado,
confusión de los sistemas,
salta el policía arrepentido,
buscandose a sí mismo
lejos de la sinrazón.

Helena Trujillo

SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO


        ¡Ser la tenaza y convertirse en la mano!
        ¡Sentir de repente que los dedos se abren!
        (Víctor Hugo)

Por las noches espiaba mis propios sueños,
durante el día, iba siempre con la consigna
bien aprendida a todas partes. Ahora
me doy cuenta de tantas horas sin remunerar,
reconozco haberme vendido
al recuento de las caricias inhumanas.
Así me hice guardián de la roca
que aplasta al minero accidentado,
y de las últimas blasfemias del moribundo...
Guardián del abecedario
y sus terribles consecuencias...
Guardián del calendario, de sus días
pares y hembras, de sus santos,
de sus señas... Me hice guardián
de casas vacías.
¡Bonito trabajo para un policía!
Guardián del dinero que no llega
a los hospitales, del pan que falta
en los libros de las escuelas porque...
¿Qué les enseñan a los niños?
Les enseñan
lo mismo que a mi me manda
mi jefe cuando no dice nada.
Me manda ser exactamente
tal y como se supone.
Así están los libros todos
muy mal, suspensos, deficientes...
Las lecciones carcomidas, agujereadas,
roídas por mil enmiendas.
Y yo que llegué a ser guardián de los tachones
de estas oraciones; de las faltas de ortografía
que cometen los empresarios de las imprentas,
que nunca llegan a ver los niños españoles
en sus libros de marca -Impresos
en China, escritos por negros de sudamérica,
dictados por blancos dólares del norte...
Esos libros que sirven para robarle
hombres a mi pueblo, para privarle
del acontecimiento de la humanidad,
del sencillo frescor de la poesía
violento como un pequeño arrollo...
Porque los empresarios no saben
nada de la poesía, no les interesa.
Y dicen que Freud fue un error,
y que Marx pretendía algo.
A los poetas les ponen de maricas,
a los maricas de poetas, y así
los niños salen corriendo del colegio
y se hacen policías
que vigilan sus propios sueños,
sus amores, sus poemas propios.

II

Me desperté llorando, era la realidad.
Lloraba por mí y para nada, para nadie.
Era como despertar de uno mismo,
como desesperar de uno mismo...
Déjame en paz, imploraba a mi dios
de la vigilia: ¡déjame en paz!
Ya no te serviré. Mientras viva
¿qué me importa la muerte?
Si él ejército iraquí desfilaba
pisando dólares, y los incas,
al saberse esclavos, se sentaban en el suelo
hasta morir... Si Víctor Hugo
hizo que Javert, su implacable policía,
se arrojase al Sena
dejando una nota tan ridícula
para que toda la eternidad a coro
se vuelva a reír del inspector muerto...
Qué menos que pisar yo mis imágenes,
plantarme tranquilamente ante dios
sin ninguna reverencia, arrojar
mi placa dorada al fondo del Amor,
allí donde nadie alcanza y los siglos
corroen todo con implacables risotadas.


Kepa Ríos Alday



SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO

Hubo un fulgor aquella noche,
donde los recuerdos no se borran,
y una estela ennegrecida cayó
sobre su corazón, anulando
toda conciencia de bondad.

Enmudeció miles de bocas
y sobre su cabeza pesaron
otras cabezas
y de sus manos ríos de sangre,
tiñeron sus sueños de ambición forzada.

Aquella voces, no le dejaron
visitar el paraíso de los sueños de amor,
porque nunca pudo querer,
ni hubo mujer que sobre sus labios
pusiera un apasionado beso,
ni tan siquiera de dolor.

Había tanta soledad en su mirada..

Aquella fortaleza debilitada
por  dolores ajenos, acumulados
sobre sus espaldas,
hicieron de la torre un triste marfil
de una culpa que tumbó un odio
que nunca comprendió su ejercicio.

Arrepentido, quiso gritar y no pudo.
Arrepentido, quiso pedir perdón y tampoco pudo.

Una voz lejana le señaló un camino
donde la voluntad es ave voladora
que se va y no vuelve,
pero que deja una estela de plumas
acompañando su vuelo,
como todo recuerdo,
que se acaba perdiendo
en la memoria del tiempo.

Miguel Martínez Fondón


POLICÍA ARREPENTIDO


Porque ya no sueño
arrasto sangre seca,
culpa, bocas abiertas
detenidas en un puño.

Porque ya no sueño
ni abandono por las noches
este mundo madre para
buscarte y dormir en tu regazo.
Como aquel niño asustado
que huye calle abajo
más allá de sí mismo.
Sobre la sombra de una ley
arde en mi cama la cólera del pueblo.

Porque ya no sueño
me dan miedo las noches
y la mirada de mis hijos.
Porque ya no sueño
te busco ciego y solo.
Porque ya no sueño
la noche se derrumba de mis ojos.
Porque ya no sueño. Porque ya no sueño.


Manuel Menasa de Lucia.


EL POLICIA ARREPENTIDO
                                                                            

Hay gente que no te quiere.

Asesinado y solo dejaste en la calle
al pobre niño abatido por el coche del patrón.
Y en medio de la desgracia llanto y sangre,
no quisiste dar la mano, no quisiste dar la mano.

Otros lloran, tú te ríes.

       Y allí se quedó muerto
el pobre niño abatido
que jugando a la pelota
cruzó muy desprevenido
y dejó sobre el asfalto la noche muerta de frío.

Mientras la luna asomaba
vos corriste arrepentido a buscar
entre los charcos esa gota de dolor,
del pájaro que no cantó
del silbo que no sonó
de tu cara de adalid renunciando a tus deberes,
mirando pasar el tiempo, Remolón, troglodita,
botón de vientre abultado, ¿ahora pides perdón?

Por el asfalto cansado se desliza el pié cansino.

No servidor, sí servil,
que aunque a la muerte renuncies,
no esperes a que se duerma pues no podrá despertar.
Vuelve al cuartel cual cretino
que tú lloras y otros ríen,
y hay gente que no te quiere,
que en la calle y sin soñar
dejaste a un niño abatido y no me puedo olvidar.


Norma Menassa.


SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO


Esta lápida de mano que me acompaña
este cincel de medianoche que pule las heridas
eso que en mi recuerdo, te nombra,
lleva las huellas de ilusiones destruidas, 
de otoños desteñidos de dolor
entre miserables cánticos acerados.

Confíame un poco de llanto,
soy, un policía arrepentido,
mi refugio es tu condena.


Magdalena Salamanca


SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO

Os miraba tras la visera las caras de horror,
Reconocí a mi hermano agitando con ímpetu una bandera blanca
Y recordé a mis hijos esperándome con su plato vacío sobre la mesa
Y unas cuantas monedas campando a sus anchas en mis bolsillos.

No me gustaba el sonido de la carne macerada,
Ni las sombras violentas que alcanzaban los gritos solitarios en la multitud,
tantos erais con miedo que la tarde huyó para que las hojas cayeran
Antes de cubrir con el humo el sol.

Nuestras armas eran poderosas,
Pero nuestra miseria, una lápida silenciosa,
Un pan a punto de pudrirse en el límite de mi boca
Por no romper en palabras este momento absurdo en que te veo hermano
Al otro lado,
Tan irreal como esta pesada armadura que no me protege de la tristeza
Ni me deja sonreir a la libertad.

Susana Lorente


SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO


El prima iridiscente de sus ojos
denuncia al observador minucioso,
al detallista infranqueable
que se ha pasado años vigilando,
escrutando en la borrosa superficie,
las peculiares singularidades
de los más minúsculos propósitos.

Él lee, revisa, archiva en un orden inhumano
también las contradicciones, los engaños,
la vuelta atrás o los arrepentimientos
de quien simplemente estaba dibujando,

jugando un poco con los colores,
con las formas que el paso del día
va arrojando sobre las habitaciones
de esa desconocida estancia
de quien la habita sabiéndose
un simple inquilino pasajero.

Pero él insiste en seguirle el rastro,
como un sabueso,

esperando la recompensa de su amo.
La mano mansa dejándose caer por el cuello
y una galletita después como premio.

“En realidad”, dice, con no disimulado orgullo,
“soy un policía arrepentido, que me gano la vida
como profesor o como crítico de cine.”


Ruy Henríquez


SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO

Nada sabía y, sin embargo,
había llegado al punto
en que los recuerdos
escapaban de mi voz.

Giraba la vida
a la derecha de mi corazón
mientras la voz insistía:
¿Se arrepiente? ¡Confiese!

Algo confundido
por aquel desatino atroz,
rebusqué entre la piel
alguna muestra de cordura.

Ningún rostro, ni frases,
ni ecos desafiando la tormenta.
Sólo círculos y torbellinos,
agujeros al costado de los días.

Y ese graznido amenazante:  
¡Dígalo de una vez!
¡Arrepiéntase! Solo el perdón
aliviará su alma.

El mundo se resquebrajaba,
el cielo ardía por momentos,
mi cuerpo disminuía,
devorado entre las sábanas.

Cuando abrí los ojos,
escuché otra voz, mi propia voz,
repitiendo como en letanía:
Soy un policía arrepentido.

Carmen Salamanca


SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO


Este título tira sobre mi luz,
se abalanza, desnudo, en pleno mareo
y no tengo donde recorrerme.

Los ojos inmensos aproximan su pregunta;
¿Qué giro de cabeza en los cristales
hay que asaltar para rechazar el estar?

Soy un diciembre que se alcanza en su página;
entendí tu nombre en una copla
que lleva el ritmo de una vida intrínseca,
un balón entre dos cuerpos.

Y no me tiren para arriba,
quiero una siesta para arrepentirme
quiero lo que naufraga cada día
es un color que pone de pie
lo que la unión grita.


Clémence Loonis

 

SOY  UN  POLICÍA  ARREPENTIDO


                                                              ¿Y que si nos vamos anticipando
                                                                de sonrisa en sonrisa
                                                                hasta la última esperanza?
                                                                       Alejandra Pizarnik

Dulce muchacha a la que no dejaban cantar,
una mañana salió a la campiña y vio el horror:
un árbol caído, un pájaro muerto.

El recuerdo de aquel sabor amargo,
hizo que un día, cansada de no poder olvidar,
frecuentara lugares donde la ley reinaba,
con el ansia de hacer justicia.

En la tierra era imposible,
y los cielos estaban demasiado alto,
como para poder intervenir.

El tiempo acosa las distancias,

“Nada hay más amargo que el sabor de la derrota”

En  silencio, se levantó, salió a la calle,
fue hasta la comisaría y les dijo que quería
ser policía, que estaba a disposición de la función.

Veía acercarse a sus costados,
cosas en las que nunca creyó:
el fin del mundo,
la furia de las aguas,
la miseria deshabitada,
y hasta el fuego extendido desaparecer…

Acumuló saberes innecesarios
para vivir en tierra firme.
Lejos de sus planes, pensó:
“soy un policía arrepentido”.

Cerró los papeles que estaban sobre la mesa,
y ligera de cualquier equipaje, se durmió,
hasta que aparecieron las luces de un día nuevo.


Lucía Serrano







SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO.



Las sombras amanecen como islas
batiendo el perfil de los inciertos augurios

Las gargantas sembradas de ceniza
se baten en retirada.

Brazos descuartizados se vuelven
en la aventura de danzar hasta la carne,
con la débil misión de abrir la mirada
entre la niebla de los días devorados en la batalla.

Y aquí, desnudo de la vida
engalanado de aromas
que cultivan el alma,
quiero encadenarme al horizonte
y levantar el ancla hacia tierras nuevas.
porque yo, señores,
soy un policía arrepentido.


Soledad Caballero



SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO.

En la jungla de cemento,
en el barrio de cal oscura,
del olvido.
Testigo del botín que se reparte,
testigo ,
jornada de bastones
aceitados en trasnoche,
testigo de
 como se limpia
la sangre derramada.
Testigo
y el espejo se me empaña,
quisiera ser fusión  con la piedra,
ser fuego en la montaña,
ser  mar adentro,
cuando el viento lo proclama.

Estamos aquí,
en la jungla de cemento,
se arrepiente,
pide perdón
a su hermano arrodillado…

Dios es testigo circunspecto.

Rosalba Pelle


SOY UN POLICÍA ARREPENTIDO

Vengo  de los abismos del odio.

Fui el duro brazo de todas las dictaduras
el perro rabioso abriendo  heridas.
Lacayo del dinero más vil
pegaba todo lo que se me ponía por delante.
Y así,  con calculada crueldad ataqué a mi pueblo.
El olor de su sangre alimentaba mi sed.
Caín era mi dios.
En su altar
 desafiaba al tiempo.
Si tocaba echar a la pobre gente de su casa yo era voluntario..
Echaba de su dulce hogar a mujeres, niños acurrucados, hombres
y, sobre todo, ancianos.
Mas llegó mi camino de Damasco.
Una voz humana detuvo mi brazo
palabras rompedoras quebraron el cerco.
Un día se me opuso un viejo aun robusto.
Entre su mujer y yo puso de escudo su anciano cuerpo.
De un solo empujón lo tiré al suelo y levanté el brazo
para darle mejor:

 “ Hijo –me dijo en un soplo- ¿por qué lo haces?”
Yo veneraba a mi padre como  un ídolo de oro.
Grité exasperado mientras mi brazo caía pesadamente
“  ¡Crees acaso que te pego por  parecerte a mi padre!.”
Retumbaron entonces  en mis oídos mis propias palabras:
“¿Acaso  te pego por parecerte a mi padre?”.

Caí abrumado a los pies del anciano.

Claire Deloupy.




YO FUI UN POLICÍA ARREPENTIDO.
Extensas praderas, amplias dimensiones de intensos verdes y amarillos
se despliegan ante mi mirada, que olímpica y sin luz
desenrolla el almanaque de los años pasados.
Desfilan ante mí los días tristes, vestidos de verdad, y los días felices,
con algún poso amargo que dejó su extinción irremediable.
Mamá, papá, me estáis llamando ahora desde un rincón del cuarto
adornado para recibir el nuevo año, las luces del abeto se encienden y se apagan,
como la vida humana que huye de los pechos henchidos, vuestros pechos.
Nunca fui demasiado atrevido, ni demasiado pulcro, ni demasiado bello.
No me quedaba otro remedio que alcanzar la extrema bondad para brillar en algo.
conté todas las horas por venir, las armas de juguete bajo el árbol signaron un destino,
mi interés por la justicia crecía con el crecimiento de mis huesos.
Pergeñaba elixires para matar el corazón malvado, pócimas insensatas que extinguirían
el mal sobre la tierra. La vecinita rubia fue salvada 354 veces del naufragio,
el gato encaramado al miedo, rescatado, los niños extraviados, conducidos a sus casas.
Crecía inextinguible la llama de la bondad en mi tierno pecho adolescente.
Mataba luciferes. Allí donde estuviera el oprimido, reducía sin piedad a su opresor.
Y así, a pesar de mis pocas luces y a causa de mi extrema persistencia,
conseguí un puesto del lado de la ley.
Creía en mí más allá de lo posible, poseedor del bien, esclavo de la fe, mártir de la justicia.
Y ahora, he de alzar mi arma para  marcar el cuerpo de los que luchan por un ápice de libertad.
He de desalojar a aquellos a los que después de robarles el trabajo,
les roban el techo sobre sus cabezas.
No sé quien soy señor, esto a lo que ustedes juegan no se parece nada
a mis sueños infantiles. En esta misma hora donde el sol del crepúsculo busca la tierra,
me despido de mí, aquí tiene mi placa. Yo me quedo aquí solo, al otro lado, arrepentiéndome.

Alejandra Menassa de Lucia