sábado, 31 de octubre de 2009

TALLER DE POESÍA DE LOS SÁBADOS. 31-10-09

GRUPO DE POESÍA DE LOS SÁBADOS A LAS 18:00 h
-revista virtual-
COORDINADOR : MIGUEL OSCAR MENASSA
NÚMERO - 30- 31/10/09
Semana a semana iremos mostrando en este blog el producto del trabajo realizado en el Taller virtual de poesía los sábados a las 18:00 h de la Escuela de Poesía Grupo Cero, coordinado por el poeta Miguel Oscar Menassa



Cuadro: Infinitesimal. Amelia Díez.

CUANDO ELLA

Cuando ella abre los ojos las horas despiertan
respiran como matas de hierba al amanecer
como pájaros en la mañana del día siguiente
cuando ella extiende sus brazos la máscara cesa
el olvido cesa las orugas reinician su marcha
cuando ella vuelve a nadar en el agua dormida
la tierra entrega sus llaves sus momentos propicios
su amapola su maíz
una lluvia de azufre una bandera en llamas
cuando ella mira a lo lejos
se disuelven las sombras y el nacimiento llega

EDGAR BAYLEY 1919-1990
Celebraciones


Cuadro: Trampas del silencio. Amelia Díez.

LOS HOMBRES HUECOS (fragmento)
Somos los hombres huecos
somos los hombres rellenos
apoyados uno en otro
la mollera llena de paja. ¡Ay!
Nuestras voces resecas, cuando
susurramos juntos
son tranquilas y sin significado
como viento en hierba seca
o patas de ratas sobre cristal roto
en la bodega seca de nuestras provisiones

Figura sin forma, sombras sin color,
fuerza paralizada,
gesto sin movimiento;

los que han cruzado
con los ojos derechos, al otro Reino de la muerte
no recuerdan –si es que no recuerdan- no como
perdidas almas violentas, si no sólo
como los hombres huecos
los hombres rellenados.

T.S.Eliot. 1909-1962
Del libro Los hombres huecos.



Cuadro: Conversación con la industria. Amelia Díez

MASA

Al fin de la batalla,

y muerto ya el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: "No mueras, te amo tanto!"

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:

"No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: "¡Quédate, hermano!"

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporose lentamente,

abrazó al primer hombre; echose a andar...

César Vallejo

España, aparta de mí este cáliz



Cuadro: Ruedas de fuego. Amelia Díez.


LAS MULETAS

Durante siete años no pude dar un paso.

Cuando fui al gran médico,

me preguntó: “ ¿Por qué llevas muletas?”

Y yo le dije:”Porque estoy tullido.”

“No es extraño”, me dijo.

“Prueba a caminar. Son estos trastos

los que te impiden andar.

¡Anda, atrévete, arrástrate a cuatro patas!”

Riendo como un monstruo,

me quitó mis hermosas muletas,

las rompió en mis espaldas y, sin dejar de reír,

las arrojó al fuego.

Ahora estoy curado. Ando.

Me curó una carcajada.

Tan sólo a veces, cuando veo palos,

camino algo peor por unas horas.

Bertolt Brecht.

1898-1956



Cuadro: Recodos del amor. Amelia Díez

MONSTRUOS

Todos los días rezo esta oración
al levantarme:

Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan,
igual, igual que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo
el silencio de tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:
¡son monstruos
estoy cercado de monstruos!

No me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí
misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.

No, ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con
todos sus tentáculos enloquecidos,
como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente;
no, ninguno tan monstruoso
como esta alimaña que brama hacia ti,
como esta desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me rodean
y ese espanto íntimo que hacia ti gime en la noche».

Dámaso Alonso (1898 – 1990)

Hijos de la ira



Cuadro: Último recurso. Miguel Menassa

TE DESEO

Te deseo primero que ames, y que amando también seas amado.
Y que, de no ser así, seas breve en olvidar
Y que después de olvidar, no guardes rencores.
Te deseo también que tengas amigos,
Y que, incluso malos e inconsecuentes,
Sean valientes y fieles, y que por lo menos
Haya uno en quien confiar sin dudar.
Y porque la vida es así,
Te deseo que tengas enemigos,
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta para que,
Algunas veces, te cuestiones tus propias certezas,
Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo,
Para que no te sientas demasiado seguro.
Te deseo además que seas útil, mas no insustituible.
Y que en los momentos malos,
Cuando no quede más nada,
Esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie.
Igualmente te deseo que seas tolerante,
No con los que se equivocan poco,
Porque eso es fácil, sino con los que
Se equivocan mucho e irremediablemente,
Y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
Sirvas de ejemplo a otros.
Te deseo que siendo joven no madures demasiado deprisa,
Y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
Y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer y su dolor
Y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.
Te deseo que descubras,
Con urgencia máxima, por encima y a pesar de todo,
Que existe y que te rodean, seres oprimidos,
Tratados con injusticia y personas infelices.
Deseo también que plantes tu semilla,
Por más minúscula que sea,
Y la acompañes en su crecimiento,
Para que descubras de cuantas vidas está hecho un árbol.
Te deseo, además, que tengas dinero,
Porque es necesario ser práctico,
Y que por lo menos una vez por año,
Pongas algo de ese dinero frente a ti
Y digas:”esto es mío”,
Sólo para que quede claro quién es el dueño de quien.
Te deseo también que ninguno de tus defectos muera,
Pero que si muere alguno puedas llorar
Sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable
Si todas estas cosas llegaran a pasar,
No tengo nada más que desearte.


Victor Hugo
1802-1885



Cuadro: Mujer de perfil. Miguel Menassa.
CARTAS Y POEMAS
(1942-1946)
III
Voy a decirte una cosa
De capital importancia:
El hombre cambia de gustos
cuando cambia de lugar.
Aquí, me gusta dormir,
Me gusta terriblemente
Porque, con su mano amiga,
Viene el sueño a abrir mi celda
O derriba las paredes
Que me tienen encerrado.
Como en la frase vulgar,
Yo me dejo ir por el sueño
Como la luz se desliza
Sobre las tranquilas aguas.
Son magníficos mis sueños:
Siempre estoy en libertad,
Allí es claro y lindo el mundo,
Ninguna vez todavía
Me han llevado a la prisión,
Ninguna vez todavía,
Durante el sueño, caí
De la montaña al abismo.
-"¡Qué terribles despertares!",
Dirás tú.
No, mujer mía:
Tengo bastante coraje
Para distinguir y dar
Al sueño lo que es del sueño.

Nazim Hikmet
1901-1963
Cartas y poemas.


Cuadro: Hay que buscarlo. Miguel Menassa

LOS NUEVE MONSTRUOS

I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
¡Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
¡Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
¡Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver el pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

César Vallejo 1892-1938
Poemas humanos.


Cuadro: El sueño dorado. Miguel Menassa.
HOY ME GUSTA LA VIDA MUCHO MENOS...

Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.
Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tanta vida y jamás!
¡Tantos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.
Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo:
¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!
Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.
Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años,
y siempre, mucho siempre, siempre siempre!

César Vallejo 1892-1938
Poemas humanos.



Cuadro: Amores que se van. Miguel Menassa

PAISAJE DE LA MULTITUD QUE ORINA
(NOCTURNO DE BATTERY PLACE)
Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas,
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
no importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!
Fachadas de crin, de humo, anémonas; guantes de goma.
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban las mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.

Federico García Lorca (1898 - 1936)
Poeta en Nueva York



Cuadro:
Giro sin pasos

CELOS

1
Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos
lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa mirada.
Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
Bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
para no beber de un trago y embriagarse de golpe.

Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles
bamboleantes -sólo han quedado mujeres
en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia
congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
Los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
como para hacer el amor, pero siempre está la noche.

En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres
no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,
se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado
en que los dos contienden y se desangran.
Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
y se informan acerca de si en verdad le duele la cara.

Para liarse a golpes es preciso estar solos.
Entre los compañeros siempre hay alguno que charla
y es objeto de bromas. La porfía del vino
ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
El rival, más sosegado, ase el vaso
y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
y acomete el segundo. El calor de la sangre,
al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
y oscilantes, las voces apenas se oyen.
Se busca el vaso y no está. Por esta noche
-incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.

2
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,
esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.

Se ha sentado el viejo esta noche al borde
de su campo desnudo, pero no escruta la mancha
del seto lejano, no extiende su mano
para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos
un pensamiento candente. La tierra revela
si alguien ha colocado sus manos sobre ella y la ha violado:
lo revela incluso en la oscuridad. Más no hay mujer viviente
que conserve el vestigio del abrazo del hombre.

El viejo ha advertido que la mujer sonríe
únicamente con los ojos cerrados, esperando supina,
y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo
pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado, estrechando la tierra
como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer, tendida en la sombra, no habla.

Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla
ni sonríe, esta noche, desde la boca torcida
al hombro lívido. Revela en su cuerpo,
finalmente, el abrazo de un hombre: el único
que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa.

Cesare Pavese
1908-1950



Cuadro: Versos de oriente

NOSTALGIAS IMPERIALES

Yo soy el coraquenque ciego

que mira por la lente de una llaga,

y que atado está al Globo,

como a un huaco estupendo que girara.

Yo soy el llama, a quien tan sólo alcanza

la necedad hostil a trasquilar

volutas de clarín,

volutas de clarín brillantes de asco

y bronceadas de un viejo yaraví.

Soy el pichón de cóndor desplumado

por latino arcabuz,

y a flor de humanidad floto en los Andes,

como un perenne Lázaro de luz.

Yo soy la gracia incaica que se roe

en áureos coricanchas bautizados

de fosfatos de error y de cicuta.

A veces en mis piedras se encabritan

los nervios rotos de un extinto puma.

Un fermento de Sol;

¡levadura de sombra y corazón!

Cesar Vallejo


Cuadro: La ciudad desnuda. Amelia Díez

SE QUERÍAN

Se querían. Sufrían por la luz,

labios azules en la madrugada,

labios saliendo de la noche dura,

labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?

Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,

a esa amorosa gema del amarillo nuevo,

cuando los rostros giran melancólicamente,

giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos

laten bajo la tierra y los valles se estiran

como lomos arcaicos que se sienten repasados:

caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,

entre las duras piedras cerradas de la noche,

duras como los cuerpos helados por las horas,

duras como los besos de diente a diente solo.
Se querían de día, playa que va creciendo,

ondas que por los pies acarician los muslos,

cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...

Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,

mar altísimo y joven, intimidad extensa,

soledad de lo vivo, horizontes remotos

ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,

como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,

dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,

donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,

ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,

mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,

metal, música, labio, silencio, vegetal,

mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

Vicente Aleixandre 1898-1984

La destrucción o el amor.

Cuadro: Murallas del tiempo. Amelia Díez.

LA AURORA

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraísos ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

Federico García Lorca 1998-1936

Poeta en Nueva York


Cuadro: Grieta ignorada. Amelia Díez.

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR LO QUE AMA

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

como una nube en la luz;

si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio,

pudiera derrumbar su cuerpo,

dejando sólo la verdad de su amor,

la verdad de sí mismo,

que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo,

yo sería aquel que imaginaba;

aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

proclama ante los hombres la verdad ignorada,

la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina

por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

como leños perdidos que el mar anega o levanta

libremente, con la libertad del amor,

la única libertad que me exalta,

la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:

si no te conozco, no he vivido;

si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Luis Cernuda 1902 - 1963

La realidad y el deseo


Cuadro: Lo que nunca vuelve. Amelia Díez

LOS HOTELES SECRETOS

El brillo nómade del mundo

Como un ascua en el alma una joya del tiempo

Se abre tan sólo al paso de ciertos lechos tormentosos

Arrastrados por la corriente

Hasta las escaleras cortadas por el mar

En ciertos antros de lujuria de bordes sombríos

Poblados por estatuas de reyes

Casi irreconocibles entre el reverberar de las antorchas cuya

luz es la hiedra que cubre los muros

¡Oh corazón orgulloso!

Entrégate al fantasma apostado en la puerta

Ahora que tan bien te conozco

Sin otra sed que tu memoria

Criatura melancólica que tocas mi alma de tan lejos

Invoca en las alcobas el éxtasis y el terror

El lento idioma indomable de la pasión por el infierno

Y el veneno de la aventura con sus crímenes

¡Oh! invoca una vez más el gran soplo de antaño

En estas cámaras de piedra enlazada a tu amante

Y ambos envueltos en la lona de los días perdidos como

el muerto en el mar

Y prontos a deshacerse en las hogueras instantáneas

Sobre lechos de un metal misterioso que brilla en las

tinieblas bajo la zarpa de los candelabros

Y el coro de pájaros lascivos girando con furia en las

habitaciones selladas por el hierro de otras noches

Pues tales antros solemnes cubiertos de flores carnívoras

Con mármoles que se pudren a la sombra de cabelleras

opulentas

Se balancean labrados pomposamente desde el portal hasta

la cúpula

Como la nave anclada sobre el abismo

Agitando con lentitud sus espejos para adormecer a la mujer

desnuda entre los verdugos que incineran el corazón de la noche

Y el zaguán donde se cruzan la lluvia y la frustración

Los camareros con el rostro podrido por el tufo de las flores

acumuladas en los pasillos infinitos

El rumor de los suspiros sofocados

Los besos entretejidos en nácar tristísimo

La hierba sin nombre en que se hunden sus huéspedes

Repiten una vez más entre la sombra

La leyenda del amor que nunca muere

ENRIQUE MOLINA

1910-1997

Costumbres errantes o la redondez de la tierra